Miguel Ángel Polo Santillán

Introducción

En su discurso por fiestas patrias, la presidenta del Perú pidió perdón por la muerte de 61 civiles, 1 policía y 6 militares, ocasionadas por la represión autorizada por su gobierno, entre diciembre del año 2022 e inicios del 2023. Esta declaración nace como respuesta al Informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, que se había pronunciado sobre estas muertes. ¿Qué valor tiene esta declaración política? ¿Qué valor tiene el pedir perdón en el contexto político actual?

El perdón ha sido un valor clásico dentro de las religiones. Recordemos la expresión de Jesús, al decir que debíamos perdonar 70 veces 7 (Mateo 18:20-22), es decir, perdonar al sujeto que ha cometido la falta. Luego, la cristiandad pondrá dentro de sus prácticas el pedir perdón de los pecados ante alguien (Dios, comunidad, sacerdote), implicando con ello el reconocimiento de la falta, el sentimiento de arrepentimiento y el acto de reparación. Todo esto será parte hoy del ritual cristiano. Dentro del budismo también aparece la idea del perdón, por ejemplo, en la obra de Śāntideva, Camino del despertar, texto para la formación de futuros bodhisattvas (seres despiertos que ayudan a otros), escribió: “Todo el mal que yo, pobre bruto, he cometido o he hecho cometer a otros […] Toda ofensa, sea de obra, palabra o pensamiento que he cometido […], todo pecado pernicioso que yo, malhechor viciado por múltiples vicios, he cometido, todo lo confieso ahora, oh, guías del mundo.” (2012, p. 33).

¿Y qué valor puede tener esta actitud en la política y en el mundo secular? Hagamos algunas reflexiones al respecto.

El perdón en la política

En el proceso de paz, los exguerrilleros de las FARC de Colombia pidieron perdón por los secuestros de cientos de personas, durante muchos años de su trayectoria. Dijeron en declaración del 14-09-20: “estamos aquí para, desde lo más profundo de nuestros corazones, pedirles perdón público a todas nuestras víctimas de secuestros y a todas sus familias” (DW, 2020), avergonzados y arrepentidos por el dolor y las humillaciones provocadas.

También la Iglesia Católica ha pedido perdón varias veces, por ejemplo, por la condena contra Galileo (1992), por ejecutar a Giordano Bruno (2000), por faltas contra los no católicos (1995), durante la Inquisición (2014), contra los pueblos originarios (1995, 2007, 2015 y 2016) (Vatican News, 2019), etc. Estos actos no fueron solo actos religiosos, sino con consecuencias sociales y políticas.

¿Qué hace del perdón un acto ético y político importante en nuestros días? El perdón no puede ser un mero acto declarativo. Hay dimensiones que lo hacen valioso. La primera es el reconocimiento de la falta cometida, reconocer que ha quebrado las normas de convivencia, que ha afectado la confianza pública, que las decisiones políticas han llevado a la muerte a compatriotas. Este elemento cognitivo, de reconocer que uno ha errado, es la base del perdón. La segunda dimensión, asociada con el anterior, es el sentirse arrepentido, sentir que no ha debido hacerlo, que se equivocó, por lo que se arrepiente. Este elemento subjetivo es importante para producir verdaderos cambios. Pero, pensar o sentir que se hizo por el bien de la patria o por cualquier justificación, descalifica el pedir perdón. Sin estas dos dimensiones (cognitiva y afectiva), la declaración de perdón no tiene ningún valor ético.

Una tercera dimensión, también asociada a las anteriores, es que el perdón no puede ser dado en el vacío, sino ante las víctimas, ante los deudos o los sujetos que han heredado el daño. ¿A quién le pide uno perdón? Pues a las personas afectadas, no a una generalidad impersonal. La presencia del otro es fundamental para el valor ético, no la búsqueda de sentirse bien con su propio ego. Y en tono levinasiano, el otro me llama al perdón y a la reparación. El otro, la víctima, exige respuesta, es decir, responder por lo acontecido. No podemos acostumbrarnos como país a construir el bienestar y la paz social sobre la muerte y el atropello a los conciudadanos.

Justamente la cuarta dimensión del perdón es la reparación, es decir, el ámbito de la justicia. La declaración de perdón no cancela la justicia, sino que la hace necesaria. Justicia tanto retributiva como compensatoria. La primera es sancionar a los culpables directos e intelectuales, por lo crímenes cometidos, lo que corresponde a las instancias respectivas del Estado. La segunda es compensar a las víctimas, por ejemplo, a las familias que perdieron a su ser querido. Si el perdón no termina con la justicia, entonces habrá sido mero acto declarativo o un instrumento político para calmar los ánimos de la ciudadanía.

Estas dimensiones del perdón pueden volverla valiosa en una sociedad tan fragmentada o fracturada, donde los grupos de poder cada cierto tiempo atropellan la dignidad o la vida de los ciudadanos. En Japón hemos visto políticos que piden perdón a la ciudadanía por sus actos de corrupción. En nuestro contexto, se requeriría previamente un sentido de lo público que es dañado para que los políticos pidan perdón por sus delitos. Al carecer de ese sentido, no reconocen ni sienten que han fallado a la sociedad.

Una de las consecuencias éticas que trae el genuino perdón es su alcance en la cultura ética de una sociedad. Psicoanalíticamente se podría decir que permite cerrar heridas, sanarlas en la medida de lo posible, para que no vuelvan a abrirse en el futuro, por nuevas acciones de dominio o por creencias, ideologías o intereses particulares. También, otra consecuencia ética es la afirmación de la vida civilizada, de darse cuenta de que hay acciones sociales y políticas que no debemos realizar si queremos vivir decentemente como país, sin matar ciudadanos u ofender su dignidad.

Sin embargo, dependerá de los propios ciudadanos valorar la sinceridad de una declaración política de perdón, pues sin su confianza el gobierno y la gobernabilidad seguirán siendo frágiles.

Referencias