Miguel Ángel Polo Santillán

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“Así, pensado desde el individuo, se vota porque es una forma que tiene el ciudadano de expresar sus intereses y preferencias a través de un representante. Sin embargo, pensado desde toda la comunidad política, es decir, desde los intereses del país, se vota porque queremos un mejor país para todos.”

¿Por qué tiene que votar el ciudadano?


Por lo general, las sociedades premodernas no requerían consultar al pueblo para elegir a sus gobernantes, pues su opinión no era relevante para elegir a sus dirigentes políticos. Eran sociedades jerárquicas, cuyos aristócratas garantizaban dicho orden, a través de reyes y la justificación religiosa del poder político. Tener el aval de Dios era un imaginario poderoso, hasta el punto de que ir contra su autoridad resultaba casi inconcebible. Sin embargo, ninguna sociedad puede sostenerse eternamente, por lo que su crisis permitió la separación de un nuevo modelo de organización social, donde el Estado debía dividir su poder y la fuente de ese poder político debiera ser el pueblo. Ya no sería Dios la fuente del poder ni el gobernante el único que concentre el poder terrenal.

De ese modo se abrió un espacio para que las personas puedan elegir a sus representantes. Sin embargo, a pesar de que el liberalismo impulsó la transformación del Estado desde el siglo XVII, no siempre el liberalismo apostó por la democracia (Gentile, 1961). Por lo que no hay identidad ni una relación necesaria entre liberalismo y democracia. La democracia como una forma de elección de las autoridades ha sido un proceso que se ha ido ganando paulatinamente. Recordemos que, en el Perú, recién en 1955 se promulgó la ley para que las mujeres tuvieran el derecho de elegir y ser elegidas, aunque con ciertas limitaciones. El derecho al voto universal femenino se logró en el año 1979.

Así, pensado desde el individuo, se vota porque es una forma que tiene el ciudadano de expresar sus intereses y preferencias a través de un representante. Sin embargo, pensado desde toda la comunidad política, es decir, desde los intereses del país, se vota porque queremos un mejor país para todos. Articular correctamente ambas motivaciones será fruto de una cultura democrática y ética.

¿Quién elige?


Sin duda, el ciudadano. Pero ¿cómo debe estar cualificado el ciudadano para elegir a sus representantes y equivocarse lo menos posible? Sin duda, se pueden crear marcos institucionales para hacer que el representante esté obligado con sus promesas electorales. Sin embargo, me referiré al ciudadano elector, en una cualificación que va desde lo ideal a lo indeseable.

  1. El ciudadano ideal: que sería una persona racional, ilustrada e informada, por lo que al momento de elegir tiene seguridad en su decisión, pues lo hace desde normas ideales de conducta.
  2. El ciudadano responsable: que sabiéndose racional, comprende que debe analizar según contextos e intereses, pero teniendo en cuenta una gran meta: el destino del país. Así, su fin orientador es el bien común.
  3. El ciudadano interesado: sabe lo que le conviene y hace lo posible para que su candidato salga elegido. Para lo cual puede usar medios legales e ilegales, morales e inmorales.
  4. El ciudadano pasional: vota movido solo por emociones, por la simpatía del candidato o por el partido tradicional o por odio hacia otros candidatos, muchas veces influenciado por los medios de comunicación.
  5. El ciudadano siervo: que vota porque le han pagado con dinero o cosas, porque le prometieron algo, es decir, participa a cambio de algo y se subordina a intereses mezquinos.
  6. El ciudadano ingenuo: que no analiza ni está movido por intereses, solo va a votar porque está habituado y cree que la democracia funciona así.

Difícil que un ciudadano elector no esté influenciado o motivado por ideologías, intereses, mentiras, pasiones, etc. Lo que puede organizar tal caos de condicionamientos es no olvidar el bien común y la adhesión a derechos humanos fundamentales.

¿Qué creencias erróneas tenemos a la hora de ir a votar?

Después de un tiempo, todo proceso va generando sus propias creencias o imaginarios sociales que afirman dicha práctica. Lo mismo ocurre con las elecciones. Veamos algunas:

  • “La esencia de la democracia está en las elecciones, en nuestra decisión individual de quiénes deben representarnos”. Esto encubre que la democracia es un proceso más complejo, por lo que no tiene un factor que la defina, más aún, encubre la necesidad de que el ciudadano mismo siga participando en el control del poder, pues él es la fuente de la soberanía.
  • “Las elecciones deben ser obligatorias, pues hay que forzar a los ciudadanos a ejercer la libertad. Imaginemos que en una elección presidencial solo han ido a votar el 5% de personas, el poder sería ilegítimo”. Sin embargo, ¿sería causa del elector o del fracaso de la forma de hacer política? Más aún, de ser el caso demostraría que no se ha generado una cultura democrática. Así, no dejar libertad de elegir a los ciudadanos implicaría ocultar las causas del sentido “no patriótico” o “no democrático”, que más que personales son culturales.
  • “Que las elecciones cambiarán el rumbo del país”. Las elecciones son una parte importante de la democracia. Y para que esta funcione requiere de muchos otros aspectos: separación de poderes, marco constitucional, instituciones eficientes, derechos humanos, participación ciudadana para vigilancia y evaluación de sus representantes, cultura de valores democráticos, etc., todo esto es requerido para una democracia vital y no meramente formal. Sobre todo, lo que cambiará el rumbo del país es saber qué país queremos y participar en su realización.

¿Y después de las elecciones qué?

Si la democracia es el poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (A. Lincoln) y si la historia de las democracias reales no ha realizado este ideal, entonces tenemos que hacer que los ciudadanos participen más, mucho más, pues él es la fuente del poder político.

El ciudadano debiera preguntarse: ¿Cómo pueden los ciudadanos vigilar y evaluar a sus representantes? La simple elección no garantiza que el político profesional actúe correctamente. Por lo que debemos pensar en mecanismos legales y tecnológicos para una mayor participación ciudadana, Así, el político profesional escuche la voz de los ciudadanos y evite la tentación de servirse del poder que se le ha dado. De no ser así, el representante (político) luego de ser elegido, no tiene otra fuerza que lo obligue a responder por sus acciones y omisiones. Ya no podemos confiar a su consciencia moral, que en nuestro tiempo es tan débil y voluble.

Por eso, parte del problema es: ¿cómo hacer para que el representante no se burle del ciudadano? Debemos pensar en mecanismos para reducir significativamente la acción de la mentalidad corrupta en la política, como vacancia ciudadana con determinado número de firmas, nuevas elecciones para cambiar parte de los congresistas, entre otros.

¿Y todo esto para qué? ¿De qué se trata todo esto? Nuestro modelo político es de República democrática (Art. 43 de la Constitución), el cual requiere libertad, participación, leyes, derechos humanos, justicia y bien común. Y nuestro país no ha realizado su propia denominación, debido a muchas taras sociales y mentales, entre ellas la marginación, la exclusión y el racismo. Tenemos un destino no realizado, pero posible. Y si queremos asumir que todos realmente tienen dignidad, debiéramos crear el espacio necesario para que el ciudadano actúe responsablemente y participe en la realización de este destino colectivo.

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Referencias bibliográficas

Gentile, P. (1961). La idea liberal. México: UTEHA.