Miguel Ángel Polo Santillán
En nuestra época es común que las actividades científicas y profesionales sientan que la moral es un asunto añadido y externo a su formación, para orientarlos en sus actividades según reglas o valores. Esto revela una normalización de la moral como exterior a la acción humana, a veces vistas como indispensables, otras como incómodas, hasta sentirse como limitante u opresora.
La externalidad de la moral supone que cada actividad tiene internamente una dinámica o modos de proceder diferentes, en las cuales la moral no forma parte sustancial o no es inherente. Se podrá pensar que la moral es valiosa y necesaria, pero lo cierto es que su valor y necesidad son sentidos extrínsecamente, no intrínsecas a las actividades. Por ejemplo, frecuentemente los cursos de ética son vistos como “un saludo a la bandera”, una “asignatura humanística” o un “curso de letras”, quizá con ideas interesantes que busca “complementar” los estudios científicos o tecnológicos.
¿Cómo se llegó a esta externalización de la ética (como discurso racional) y de la moral (como forma de vida orientada por el bien y la justicia) de las actividades profesionales, hasta percibirse como externa a la vida misma?
La moral humana, desde sus orígenes, ha tenido una base natural (Tomasello, 2019), aunque cultural e históricamente siempre se le ha dado un rostro humano. Esa dinámica natural y humana se muestra, por ejemplo, en el filósofo Mencio (s. IV a.C.), quien nos hacía recordar que, si un niño cae en un pozo, naturalmente nos sentimos impulsados a ayudarle. Y señalaba que los humanos tenemos sentimientos morales naturales que debemos cultivar o desarrollar con la educación y la socialización. De ese modo, la moral era sentida tanto natural como humana. Aun Aristóteles, a pesar que pensaba en las virtudes éticas como una “segunda naturaleza”, no dejaba de reconocer la existencia de virtudes naturales.
Quizá porque este marco cultural permitía interpretar la base natural para justificar un cierto orden social y político, la nueva interpretación moderna —mediada por una cierta teología cristiana— pondrá como condición del progreso la liberación de los fundamentos naturales. Desde ahí, la política, la economía, la historia y la cultura se pensaron como actividades de humanos para humanos, sin necesidad de sustento natural alguno. Recordemos sino la gran fundamentación de la moral realizada por Kant, cuyo centro es la autonomía del sujeto racional.
En esa misma línea moderna, de sospecha de la naturaleza, la ciencia renunció a estudiar las finalidades, las causas finales, considerándose asunto subjetivo. Las finalidades, que en el modelo de ciencia aristotélico eran centrales para comprender la realidad, en el mundo moderno pasaron a ser subjetivos, por lo tanto, no importantes para la comprensión racional de lo real. De ese modo, como la moral tiene que ver con las finalidades, estas pasaron a privatizarse, es decir, a ser parte de cada individuo. Aunque Kant pretendió ponerle criterios objetivos a esa individualización, lo cierto es que la misma modernidad ha quebrado la pretensión kantiana. Y todo se ha vuelto arbitrariedad, individualidad subjetiva sin más.
Entonces, si la auténtica moral es individual y subjetiva, la moral social, comunitaria, también fue vista como sospechosa, limitativa, enemiga del desarrollo de los individuos. La nueva ontología moderna considerará como lo real a los individuos y los individuos humanos deben ordenar este mundo natural caótico y amenazante para el bienestar humano. El nuevo giro copernicano de Kant solo significó cambiar un centro por otro, subordinando todo a la mente racional del individuo moderno. Sin embargo, esta racionalidad moderna ha resultado en irracionalidad, como lo señala Hinkelammert (2002), destruyendo las propias condiciones de la existencia humana.
Una nueva idea trajo el siglo XX, la relacionalidad de la existencia humana, es decir, que nuestra individualidad se construye en relación a otros individuos humanos y en relación a otros seres no humanos. Esta particularidad que somos solo se ha logrado por una red de relaciones, que no anula la libertad del individuo, sino que juega su papel en la interconexión de todo lo existente. Entonces, la vida del individuo relacional vuelve a encontrar sentido. No obstante, el sistema-mundo (Wallerstein) se sigue afirmando y utilizando (instrumentalizando) al individuo subjetivo, pero a costa de la destrucción del planeta, las guerras por lo mío, la corrupción y la muerte de ciudadanos.
Así, ¿por qué se siente externa la moral? Debido a la persistencia del individuo subjetivo, que no admite límite alguno. Eso es lo que está detrás de la mirada sospechosa a la moral, de parte de los científicos, tecnólogos, economistas, políticos, empresarios y profesionales, que la ven como externa a su actividad. Defienden un modelo de ser humano que no reconoce la interdependencia vital en todos los aspectos de la vida. Y terminan criticando otra visión como enemiga del progreso humano, tapándose los ojos a lo que viene ocasionando la codicia del individuo subjetivo.
Vernos y apreciarnos como seres interconectados a otros seres humanos y no humanos nos lleva a asumir nuestra responsabilidad, es decir, a tener que dar respuesta desde el lugar humilde en el que estamos cada uno. La responsabilidad, como enlace del ser y del actuar, puede ser la manifestación moral no impuesta desde lo externo. Desde ese sustento vivencial, que no gira sobre el engrandecimiento del propio ego, hay muchas cosas para dejar de hacer y otras para actuar creativamente.
La responsabilidad no es primariamente el cumplimiento del deber, de una coerción interior o exterior, sino tiene su fuente en el percibir lo que acontece, lo que es y hacernos cargo de él, porque somos parte de todo lo que existe. Así, la responsabilidad termina siendo aliada natural del cuidado. Una ética de la responsabilidad sostenida en una moral del cuidado.
Referencia
Hinkelammert, F. (2002). El retorno del sujeto reprimido. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Tomasello, M. (2019). Una historia natural de la moralidad humana. Bogotá: Ediciones Uniandes.