«El séptimo sello» provocó fascinación en el mundo del cine gracias al tratamiento con que expuso temas como el arte, la familia, la muerte y el silencio de Dios. Este último aspecto, que parecía inabarcable para las pantallas de cine, es el que termina definiendo al llamado «poema moderno» consagratorio para Bergman.
Ambientada en el siglo XIV, la cinta muestra el viaje de Antonius Block, caballero que vuelve de las Cruzadas solo para encontrarse con el azote de la peste, el extremismo religioso y el abandono de la sociedad sueca. La cuestión de si su destino se encuentra perdido o no es para el espectador un conjunto de secuencias inolvidables. A ratos perdidos en su trayecto, Block juega una partida de ajedrez con la propia Muerte; y ese juego decidirá si sus días en la tierra continúan. El tiempo que Block puede robarle a su contendiente lo gasta atormentándose por la carencia de sentido de la vida. El hombre medieval desprecia los hueros simbolismos y fanatismos crueles que lo rodean; no obstante, se aferra a la posibilidad de llegar a comprender el sentido de la existencia gracias a una revelación divina…
Volvamos a observar el viaje de Antonius Block junto a Marcos Mondoñedo, sigamos inquiriéndonos por el sentido de nuestras amenazadas existencias, sino ya en el nombre de Dios, sí en la obra de Bergman.
Juan Sebastián Hurtado León
Estudiante de Comunicación Social
(Cineclub «Voyeur Salvaje»)
«El séptimo sello» en la mirada de Marco Mondoñedo
«El séptimo sello» es una película del año 1957 escrita y dirigida por Ingmar Bergman. Trata del retorno al hogar de un caballero medieval sueco, Antonius Block, y su escudero Jöns, después de diez años en las cruzadas. En su recorrido, se encuentran la desolación dejada por la peste. Paralelamente, una familia de comediantes viaja en su carreta hacia un pequeño poblado para montar su número teatral y en ese punto ambos grupos de viajeros se encontrarán. Las escenas iniciales de la película son muy conocidas, pero también centrales en el planteamiento de la trama y en la lógica con la que se desarrollará la película. Aunque algunos no la hayan visto, casi todos conocen el fotograma en blanco y negro de un caballero cruzado que juega ajedrez con la muerte teniendo al mar de fondo.
No podemos reducir el sentido de una película a un fotograma, pero quizás sí ubicar en esta imagen su estructura global que, en este sentido, es muy nítida: se trata de una serie de oposiciones: el blanco y negro, por su puesto, en el plano de la expresión; pero también la vida y la muerte como oposición propia del plano del contenido. Además, creo que es muy importante que la vida y la muerte, en esta imagen y en toda la película, puedan jugar alternándose los turnos, según las reglas claras del ajedrez. Tenemos entonces, lo claro y lo oscuro, la vida y la muerte, y la alternancia. A partir de ellas, se presentan otras varias oposiciones que se van sucediendo o son simultáneas: el mar y la tierra, lo cómico y lo trágico, los grandes escenarios y los rostros en primer plano, la mortificación cristiana y la lujuria.
Una sucesión de contrarios, en particular, resulta muy nítida: en la presentación teatral en la calle, los comediantes Mía y Jof cantan una desenfadada canción mientras detrás de la escena, junto a la carreta del grupo un tercer actor y la mujer del herrero cometen adulterio. Repentinamente, una procesión de flagelantes hace su aparición, primero con un solemne himno que interrumpe la canción cómica y luego con sus presencias martirizadas y dolientes. Se detienen en mitad del pueblo y el líder de esa comparsa penitente interpela a los pobladores a voz en cuello para moverlos a la culpa y el arrepentimiento porque, según él, los pecadores son los culpables de la peste. Esta sucesión desde lo lúdico y sexual hacia el flagelo y la culpa es semejante a la alternancia de los turnos entre los jugadores de ajedrez, el caballero y la muerte.
Otra oposición importante es aquella que se establece entre el cómico Jof y el caballero: mientras el primero, pobre y sin hogar fijo, es capaz de visiones místicas que no ha pedido, el caballero Antonius Block, señor de un castillo y de una tradición, busca con ansias –en un templo católico, en los ojos locos de una mujer condenada a la hoguera—, y no encuentra nunca, el sentido de lo trascendente.
Con estos juegos de oposiciones y alternancias, el cineasta parece querer inscribir a la muerte dentro de una estructura de significación que, en consecuencia, le permitiría atenuar tanto ese carácter radicalmente ausente de sentido propio de la muerte, como la angustia consecuente. A través de la cultura y del arte –parece decir Bergman de modo implícito–, la muerte puede, si no abolirse, por lo menos tener valor significativo.
Esto nos permite entender el sentido que puede adquirir «El séptimo sello» en estos tiempos de nueva peste: muchos se preguntan cómo será el mundo cuando esta crisis sanitaria global haya terminado. La respuesta de Bergman a esta pregunta es tradicionalista: el bagaje de sentido de la tradición, los discursos de la cultura son una fuente que podemos tomar para encontrar sentido. Esta es una buena respuesta, pero creo que es parcial. El futuro luego de la pandemia es más claro aún: depende de lo que queramos hacer. El sentido no está oculto, más allá de lo visible, como creía Antonius Block. Al sentido hay que crearlo, está en lo que nosotros construyamos organizados como comunidad.
Mg. Marcos Mondoñedo
Profesor de Literatura – UNMSM