Miguel Ángel Polo Santillán
Introducción
La lógica que usaré es sencilla: el futuro será lo que hagamos de él ahora. No afirmamos que todo sigue un plan económico-político o biopolítico o divino. Si bien es cierto que en la acción humana intervienen muchos factores no-humanos, que muchas veces cambian la orientación de nuestras acciones, también es cierto que no podemos esperar que surjan palomas de huevos de serpientes. Dicho desde la perspectiva nacional: si deseamos un Perú diferente y mejor, sería ingenuo pensar que esto será posible por la pandemia. Dicho desde una perspectiva humanista: si queremos que los seres humanos tengamos un mundo mejor, esto no lo traerá una enfermedad global como la actual. Tenemos que hacer de nuestra parte. Hacer los cambios personales, comunitarios, mentales, culturales, institucionales que requerimos. Así, con inspiración kantiana podríamos decir: “Obra de tal manera que el Reino de los Fines se haga presente con cada acto que realices”. Este imperativo nos devuelve al presente, a lo que hacemos aquí y ahora con nuestras vidas. Si queremos un mundo mejor, debemos comenzar ahora a ser buenas personas y crear buenas comunidades e instituciones. Así podremos ir redireccionando el rumbo de nuestra nave espacial llamada Tierra.
Quiero proponer a ustedes cuatro reflexiones, empezando por los diagnósticos, luego los errores de percepción de esta pandemia, posteriormente reflexiones sobre el pretendido fin del capitalismo y, finalmente, qué debe cambiar en el país.
Los diagnósticos
Podemos estar de acuerdo en los diagnósticos, recurrentes en nuestros días, por lo académicos de distintas especialidades y tendencias:
- Que el Estado está en crisis;
- Que el “sistema” sanitario está en crisis;
- Que la sociedad está en crisis porque está fragmentada, discrimina, vive de la inequidad;
- Que el modelo económico neoliberal está en crisis.
También es fácil estar de acuerdo de la siguiente prognosis: que esta pandemia nos dejará una grave crisis social y económica. Ya estamos viendo esto con los despidos “perfectos” y las banderas blancas.
Un examen de la crisis actual nos demuestra que, pese a medidas tempranas, la debilidad del estado y la sociedad peruanas han prevalecido, especialmente en el sector salud. (Fuente: La Nación)
¿Por qué tenemos este escenario, en el Perú?
- El tipo de Estado, sociedad y cultura. Un Estado centralizado que decide no solo el dinero, sino acumula la riqueza de la sociedad, sin lograr la distribución justa para atender las necesidades de salud, educación y bienestar material. La sociedad y la cultura, porque esta pandemia nos toma fragmentados, divididos, no solo por el racismo, sino también por las instituciones que no nos permiten integración alguna.
- La consecuencia de la historia reciente: 20 años de crecimiento económico y sin desarrollo sostenible ni justicia social. Hemos tenido un crecimiento económico sin valorar la salud, la educación, la cultura y la ética pública.
- Por eso hemos tenido desarrollo económico con corrupción, con ilegalidad, con inequidades sociales, con discriminación y con destrucción del medioambiente.
Ante un crecimiento económico injusto, desigual, reñido a nociones de sostenibilidad, sería excesivo estigmatizar a la población por su irresponsabilidad. (Imagen: La gente lo dice)
Así, no se trata solo de problemas de la irresponsabilidad ciudadana o error de la estrategia del gobierno, se trata del país que hemos heredado, con su historia de injusticias, fracturas, corrupciones y violencias.
Errores de percepción
a) “Esto es una guerra”
Una metáfora muy usada es luchar contra el coronavirus como si fuera una guerra. Una guerra científico-tecnológica (biológica) contra el SARS-CoV-2. Y de ahí las denominaciones como “Comando anticovid” “Profesionales que están en primera línea. El virus como enemigo de guerra al cual hay que aniquilar, destruir, exterminar.
Esta metáfora esconde la lucha del hombre contra la naturaleza, la ciencia representando lo humano y el virus representando la naturaleza. Metáfora que encaja bien con el paradigma moderno, que mira de manera desacralizada la naturaleza, de ese modo dispuesta a dominarla. Justamente este paradigma es el que está en crisis y que esta metáfora de la guerra no deja percibirlo.
No significa esto que no se deba hacer algo contra el virus, sino que critico la interpretación y discurso que se usa para enfrentar este problema.
b) “La pandemia es un problema biomédico”
Si bien hay un virus que causa contagios, problemas de salud y muerte, es una visión estrecha entenderla fuera de las formas de vida actual de las personas. Es el método científico que divide la realidad para estudiarla, entenderla como entes individuales, pero que olvidamos que la realidad está interrelacionada a muchos otros factores. Así, el coronavirus por su origen ha tenido que ver con muerte y consumo de animales salvajes, por su tratamiento se ha mostrado que la sociedad y su cultura, además de la inversión pública son importantes para su tratamiento, en otras palabras, no es un problema exclusivamente un asunto biomédico. Sin esos factores, el tratamiento médico pasa a ser solo un parche a todo un problema multifactorial. Vemos tristemente que los médicos(as) y enfermeros(as) están siendo como bomberos, procurando apagar un incendio que no han creado, varios de ellos muriendo en el intento.
c) “La nueva normalidad”
¿Qué significa eso? Parece tener dos significados relacionados, por lo menos:
- Esa expresión esconde la idea de “volver paulatinamente a la normalidad”, la pretensión de seguir nuestras propias actividades y estilos de vida;
- Volver selectivamente a las actividades cotidianas, pero con cuidados biomédicos: uso de mascarillas, guantes, tomar distancias del otro, lavarse las manos frecuentemente, etc., es decir, serán los criterios que deberemos incorporar en nuestras formas de vida.
Así, la nueva normalidad no será el inicio de cambios que requiere la sociedad y la cultura. No implicará cuestionar y cambiar nuestras formas de entender la economía, las formas de vidas citadinas, la contaminación medioambiental, las prácticas políticas habituales, en resumen, nada de trasformaciones significativas. Así quizá tenga razón el filósofo surcoreano Han, quien dice que luego de la pandemia el capitalismo y su cultura volverán con más fuerza.
d) “No todo será lo mismo”.
Si bien en sentido heraclitiano todo fluye, eso no significa que lo que cambie será éticamente diferente. Seguro que incluiremos nuevas formas y procedimientos de higiene, pero pocos cambios en términos de ética cívica surgirán. Y lo estamos viendo ahora.
Lo que sí veremos es la afirmación de la solidaridad, como lo hemos estado viendo. Jóvenes sanmarquinos encargados de comprar y distribuir alimentos a sectores empobrecidos. O familias sosteniendo a otras que la necesitan. O personas sosteniendo asilos o casas donde viven ancianos. Muchas formas de solidaridad para sostener la vida, especialmente ante la ineficiencia del Estado.
El fin del capitalismo a la vuelta de la esquina
Las visiones apocalípticas vuelven a ser más frecuentes en estos tiempos. Y vienen desde los grupos religiosos y políticos. Esto solo refleja la esperanza que sigue manteniendo la humanidad de un futuro mejor, donde nuestras miserias heredadas como las guerras, la explotación, los genocidios, la corrupción política, las injusticias, desaparezcan. Sin embargo, ¿realmente se derrumbará el capitalismo dejando su lugar al reino de Dios?
Para pensar este tema, seguiremos nuestro método, es decir, entender el futuro según lo que hagamos en el presente.
Hemos visto autores que casi agradecen a la pandemia de la crisis que produce al capitalismo, al punto de augurar un nuevo mundo sin capitalismo. Nos resulta sumamente exagerada esta postura, pues, si bien la pandemia ha puesto en crisis a la economía capitalista, las soluciones que están apareciendo se enmarcan dentro de este sistema y lo refuerzan, quizá hasta más salvaje que antes. Por ejemplo, la competencia desleal de los gobiernos en la compra de equipos médicos, las ganancias multimillonarias que están obteniendo y obtendrán los laboratorios, la ganancia poscoronavirus de los grandes bancos, la mayor exigencia de producción de materias primas por parte de China, etc. Y si a esto le sigue el incremento de las posibilidades de conflictos bélicos, para dinamizar la producción militar, entonces, poco cambio se avizora en el sistema capitalista. Claro que sufrirán sectores económicos, pero no necesariamente habrá un cambio del sistema mismo. Los políticos, los ciudadanos y los empresarios más responsables pueden imprimir un rumbo diferente, de lo contrario seguiremos con el lema gatopardista: “cambia todo para que nada cambie”.
La actual pandemia ha servido que firmas globales fortalezcan su posición. Tal es el caso de Linde y Air Products, que acaparan el mercado del oxígeno medicinal en el Perú. (Fuente: OjoPúblico)
Si queremos una economía al servicio de la vida y de los ciudadanos y no para solo para el lucro del capitalista, es decir, si queremos una economía del bien común, un nuevo tipo de empresario tendrá que surgir, uno responsable no solo con las leyes del país, sino atento a las necesidades de las personas y respetuoso del medio ambiente. De ese modo, dejando atrás prácticas desleales del mercado, respetando las leyes laborales y de seguridad, dialogando con los trabajadores para acuerdos justos, dialogando más con los consumidores, viendo las necesidades del país, creando verdaderos valores sociales, respetando la dignidad de las personas y la importancia para todos de un medioambiente sano. Y sin otro tipo de formación de los futuros gerentes o empresarios, esto seguirá siendo una utopía.
Quizá el problema central de la economía actual es su carácter totalitario, por lo tanto, excluyente de toda otra forma de entender y practicar la economía. Así que si algo deberá cambiar será reconocer -legal y prácticamente- otras formas de economía, como la economía social, la comunitaria, la de intercambio o trueque, las cooperativas, etc. Rescatar la pluralidad para la economía como diferentes estrategias para las sobrevivencias de los grupos humanos es reconocer la diversidad como esencial para la vida.
Los valores de la cultura capitalista como el egoísmo, el individualismo, la competencia, el lucro, el ansia por acumular no dejarán de existir solo por la aparición del coronavirus, aunque esta enfermedad los haya cuestionado. Dejará de existir cuando rompamos con ellos en nuestras prácticas diarias, en nuestros modos de vida, tanto mentales como de interrelaciones e intercambios. Y la pandemia es una muy buena ocasión y una muy buena razón para abandonar esos valores de la cultura imperante. Y si el capitalismo nos había robado el tiempo, ahora podemos recuperarlo, para nosotros mismo, para los seres que queremos y para aquellos que podemos ayudar. Muchos jóvenes están ofreciendo su tiempo para ayudar a personas ancianas, indigentes, a quienes no conocen en absoluto.
Muchos de estos cambios han empezado, pero a pequeña escala, sin cambios sistémicos significativos. Debemos propugnar más transformaciones, incentivar a estas nuevas formas transformadoras. Y así, generar redes ecosistémicas capaces de abrirse a un futuro esperanzador. Así, si el sistema capitalista no cambia y si viene otra catástrofe global, habrá más gente consciente que pueda seguir resistiendo y sembrando la semilla de un nuevo mundo.
El Perú después de la pandemia
Una vez que la pandemia haya dejado sus huellas y nos aproximemos al Bicentenario, debemos preguntarnos, ¿qué debemos cambiar del Perú? Y todos estaremos de acuerdo en una lista extensa de cambios. Pensemos esta situación.
Una de las primeras respuestas rápidas es que todo debe cambiar y radicalmente. Pero, esta idea vaga, debe concretizarse. Si queremos evitar extremos, los de la acción violenta y de la que todo siga igual, tenemos que pensar en la necesidad de un horizonte de sentido para nuestro país, sentido de los esfuerzos institucionales, comunitarios y personales. Y si ha de ser un sentido ético, no podrá ser imposición de un sector social, por más que sea respaldada por el poder o por la apelación a valores superiores. Un sentido donde las personas no se ven representadas o donde no se ha pedido escuchar su voz, solo viene a ser más de lo mismo. Y si esa generación de un sentido compartido no es posible, entonces no tendremos un país verdaderamente diferente, sino solo la imposición de antiguos o nuevos grupos de poder. Algunos pensarán que tal generación de sentido compartido no es posible, a lo que debemos decir que tenemos los medios para promover la participación de gran parte de la población y, además, ella está dispuesta a decir su palabra sobre qué país no queremos ni para nosotros ni para nuestros hijos, a qué país queremos apostar y poner nuestros esfuerzos, con qué medios considera que podemos lograr esos objetivos. Así, reitero, que este nuevo sentido orientador no puede venir de movimientos mesiánicos ni de sectores ilustrados, que con un poco de poder imponen sus agendas.
Desde este primer y gran paso podemos dar los otros, como reformar el Estado, rediseñar nuestras instituciones políticas (como los ministerios), repensar la legitimidad de la sociedad civil dentro de la democracia, repensar la educación y sus instituciones, el rol de los medios de comunicación, etc. No se trata de homogeneizar la sociedad y someterla a una visión del mundo, sino que desde nuestras diferencias podamos encontrar valores mínimos compartidos. Las protestas ciudadanas manifiestan de algún modo esos valores de un mejor país. Y si no hacemos explícitos ese sentido, entonces nos quedaremos siempre en protestas, nunca venciendo las fragmentaciones sociales.
¿En qué queda la democracia después de esto? Si se ha entendido, todo esto sería la democracia en práctica, pues escuchar a las personas y sus deseos de país y reconocer acuerdos que funden la nueva convivencia nacional es el ejercicio de la democracia. ¿Utopía? Lo peor es seguir excluyendo a vastos sectores sociales, al punto de invisibilizarlos. Necesitamos algo que nos inspire colectivamente y, si queremos dejar de ser platónicos, eso debiera ser escuchar la voz de los diferentes actores sociales y políticos que existen en nuestro país.